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Tengo un alumno/a con TEA

  • Foto del escritor: Sonsoles Perpiñan
    Sonsoles Perpiñan
  • 17 abr
  • 6 Min. de lectura


Sonsoles Perpiñán


Resumen

Hay muchas cosas que podemos hacer en la escuela para avanzar hacia la inclusión. Algunas están relacionadas con programas específicos del entorno del autismo o con metodologías activas, otras implican la adaptación de espacios o de materiales; la mayoría se apoyan en la coordinación entre profesionales y familias, y todas ellas se sustentan sobre las actitudes de los docentes. Desde un saludo afectuoso al recibir al alumno hasta el uso de sistemas visuales de anticipación o la construcción de espacios flexibles en el aula, todas estas estrategias requieren una actitud flexible y comprometida.


Desarrollo

El autismo es una condición personal de algunos de nuestros alumnos y alumnas que determina una manera de aprender, de pensar y de hacer. Cada nuevo curso vemos crecer el número de niños y niñas que nos llegan al aula con TEA, y esa realidad nos llena de incertidumbre porque nos obliga a encontrar nuevas formas de abrazar la diversidad.


La escuela es un escenario privilegiado para el desarrollo, donde nuestros alumnos con TEA van a descubrir un universo de oportunidades de la mano de sus compañeros y de sus maestros. Es un espacio de vida donde los adultos y los niños descubren, aprenden, se emocionan y comparten, pero transitarlo a veces requiere de creatividad, flexibilidad, formación e implicación.


Cuando un docente encuentra en su camino a un alumno con TEA, se abre frente a él un universo de inquietud. No siempre cuenta con la formación necesaria para conocer cuáles son las características y necesidades específicas de su alumno, pueden faltarle recursos de apoyo o estrategias metodológicas con las que afrontar el reto y todo ello puede conducirle al desaliento. En ese momento, la información juega un importante papel porque ayuda a cambiar la mirada, a romper algunos prejuicios, y aporta la seguridad necesaria para abordar la cotidianeidad en el aula. También amplía las expectativas sobre lo que el niño puede alcanzar y sobre lo que nosotros como docentes podemos asumir. Esta seguridad permite que las interacciones con nuestro alumnado con TEA, y también con los demás, sean más fluidas y afectivas, porque el docente no necesita defenderse de sus propias incertidumbres. Pero no es suficiente conocer qué es el autismo o cuáles son sus necesidades para poder educarle; tenemos que situarle en el centro de un contexto de relaciones humanas, llenas de temores, de deseos y de emociones que tiñen cualquier metodología, haciéndola más o menos eficiente, más o menos posible.


¿Qué podemos hacer en la escuela para facilitar la inclusión de un alumno con TEA? Como dice Daniel Valdez, “no hay llaves maestras, cada niño requiere una llave para abrir las barreras”. No obstante, hay algunas prácticas que pueden orientar al docente en este camino que tiene que recorrer y que voy a estructurar en siete líneas de actuación: 


Comunicarnos con el niño o la niña. Una de las características nucleares del autismo es el déficit de comunicación e interacción social. Pueden carecer de expresión oral o presentar una comunicación inusual. Esto implica que el entorno educativo ponga en marcha estrategias como observar y estimular las conductas comunicativas. En algunos casos, puede ser necesario implementar sistemas aumentativos y/o alternativos de comunicación, usando en las aulas sistemas de símbolos que les permitan expresar sus necesidades o deseos. En todos los casos, el niño o la niña requerirá que cualquier adulto del centro escolar o sus compañeros se acerquen e interactúen con él, y para ello necesitarán conocerlo.


Adaptar el contexto. Otra característica del autismo es la inflexibilidad y la hipersensibilidad sensorial. Ambas, junto con las dificultades de comunicación, pueden dar lugar a reacciones de estrés cuando no comprenden lo que está ocurriendo a su alrededor. Adaptar el contexto significa hacer cambios en el aula y en el centro para facilitar la comprensión del niño con TEA y construir un entorno más predecible, aprovechando el potencial visual como uno de los puntos fuertes del autismo. También implica reducir estímulos estresantes, incluir claves visuales y organizar los espacios de modo que sean más amigables para el niño (Valdez, 2020). La metodología TEACCH (Schopler, 1995) ofrece diversas estrategias que podemos adaptar a nuestras aulas para mejorar la seguridad del alumno. Algunas propuestas son: revisar las condiciones ambientales, señalizar el aula y el centro, compartimentar y dotar de significado a los espacios, poner en marcha estrategias de anticipación como los horarios visuales, los sistemas de trabajo, las historias sociales, y adaptar los materiales empleando elementos visuales. Son estrategias que, aunque inicialmente parecen complejas, presentan muy buenos resultados.


Coordinar actuaciones. Todas las personas que componen el sistema escolar participan de algún modo en la respuesta educativa que se da al niño/a y componen ese contexto complejo y multifactorial. Se requieren estrategias claras de coordinación que garanticen actuaciones coherentes y eviten contradicciones. El trabajo en equipo disminuye el sentimiento de aislamiento y de inseguridad del tutor, pero es necesario un guion que marque a todos cuál es la dirección a seguir. Hay que diseñar estrategias para la toma de decisiones consensuada, usar instrumentos comunes y organizar la actuación conjunta de la escuela con los sistemas satélites (comedor, transporte escolar, etc.). En la coordinación toma un papel muy significativo la docencia compartida o la realización de los apoyos dentro del aula, que hay que definir con claridad para que realmente sean eficaces.


Revisar metodologías. Las metodologías se abren como un universo complejo que ofrece multitud de opciones y oportunidades, pero pueden convertirse en un caos si el docente no las gestiona adecuadamente. Se trata de metodologías en continua evolución, con evidencia empírica, que pueden aportarnos propuestas muy valiosas si sabemos adaptarlas a las condiciones específicas del aula. Algunas son específicas del entorno del autismo (TEACCH, ESDM, PACT, IMPACT, PECS…), otras son metodologías activas de aprendizaje (ABP, Gamificación, DUA, enseñanza multinivel, aprendizaje cooperativo…) que favorecen la personalización y la atención a la diversidad. También tendríamos que conocer algunas relacionadas con la gestión de situaciones de crisis, de habilidades sociales o de los hábitos de autonomía. Introducir cambios en las metodologías abre muchas posibilidades al niño y a la niña con TEA en el aula ordinaria, tenemos que conocerlas para adaptarlas a la realidad concreta de nuestra aula.


Implicar a los compañeros. Los compañeros del niño con TEA son una fuente inagotable de experiencias de aprendizaje. Interactúan con él desde la igualdad, lo que le obligará a desarrollar sus capacidades. Cuando el aprendizaje del niño diverso se convierte en un objetivo grupal y se ofrece a los compañeros la oportunidad de participar, todo el grupo se beneficia porque la experiencia se convierte en una oportunidad para mejorar el propio aprendizaje, aprender valores y aumentar la autoestima. Estrategias como el aprendizaje cooperativo, el aprendizaje mediado o los recreos inclusivos son algunos ejemplos del importante papel de los compañeros y del valor de la cooperación entre niños en el aula.


Abrirnos a otros entornos. Esta línea tiene por objeto la colaboración con la familia y con los servicios externos a la escuela donde el niño recibe también apoyos. Las actuaciones de todos estos contextos han de ser coherentes, compartiendo los objetivos de trabajo, los materiales y las estrategias. El acompañamiento de la familia desde la escuela es especialmente relevante; hay que construir un equipo entre los profesionales y las familias donde ambos se perciban como aliados y no como adversarios, porque es la manera de evitar el aislamiento y propiciar la comprensión y el apoyo mutuo. 


Crear una cultura inclusiva. Tiene que ver con la mirada que esa escuela tiene respecto a la atención a la diversidad. Crear una cultura inclusiva es construir una forma de mirar, no solo la inclusión, sino la educación en general. Educar es acompañar a los niños para que desarrollen al máximo sus capacidades, para prepararles para su futuro. Educar en valores de tolerancia, respeto y solidaridad constituirá un pilar básico en su formación y la inclusión será una oportunidad de aprenderlos, preparando a los niños y niñas para una sociedad más justa. Algunas acciones que pueden promover esta cultura son la formación del profesorado, la sensibilización de la comunidad educativa y la construcción de un proyecto de centro. Pero sobre todo, son fundamentales las actitudes de los profesionales que, de forma cotidiana, tratan de evitar la queja y buscan los puntos fuertes, no solo de los niños sino de todo el sistema escolar. 


En el libro “Tengo un alumno/a con TEA” se desarrollan todas estas líneas de actuación, aportando en cada una ejemplos de experiencias reales desarrolladas con éxito en diversos centros escolares. 

  

Conclusión

Educar a un niño o a una niña con autismo es una experiencia profesional y personal apasionante que nos impulsa a mejorar nuestra práctica docente, buscando incansablemente alternativas creativas y flexibles para la realidad de nuestra aula. Tenemos que empezar cuestionándonos nuestros prejuicios, mirando los progresos en lugar de centrarnos en las dificultades y apostando por nuestra propia competencia. 


Mi libro pretende ser una puerta abierta a la esperanza que, reconociendo los desafíos que plantea la educación del niño con TEA, muestra que la escuela puede ser un entorno seguro y enormemente rico para que nuestro alumno y todos los demás crezcan y aprendan, soñando una sociedad más justa y más solidaria. 

Bibliografía sugerida

Perpiñán Guerras, S. (2024). Tengo un alumno con TEA: Recursos y prácticas educativas. Madrid: Narcea Ediciones. ISBN: 978-84-277-3211-7.


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