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Miradas que son pensamientos

  • Foto del escritor: Cristina Viola de Rillo
    Cristina Viola de Rillo
  • 17 abr
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 23 abr

Cristina Viola de Rillo  Marisa Rillo de Moyano 



Resumen

¡Esos niños pequeños, tan sólo bebés, de pronto, nos descubren y fijan sus ojos! 

¿Nos descubrieron? nos preguntamos…y así comienza la primer gran aventura de la vida. “Nos miran, los miramos”, es ahí donde se entretejen los hilos de esas primeras interacciones, al principio, casi imperceptibles. Ellos nos descubrieron… ¿y nosotros? ¿Qué nos pasó? ¡Al poquito tiempo comienzan a fijar esa mirada que pareció involuntaria, y la repiten una y mil veces! Luego aparece una primera sonrisa: “fue de casualidad”, afirmamos…y tratamos de movernos buscando sus ojos! Y vuelve a sonreír, ¡ahora sí “es a nosotros”!! 

Cada vez que un niño o una niña nos mira, nos está diciendo algo. Esa mirada no sólo observa: piensa, siente, construye. Desde nuestra experiencia como psicopedagoga y docente de nivel inicial, sostenemos que en esa primera forma de comunicación se encuentra la clave para acompañar los procesos de crianza. Criar es un acto profundo de humanidad, y mirar con ternura es una de sus herramientas más potentes. En este artículo compartimos nuestra visión y recorrido.


Desarrollo

La primera mirada lo cambia todo

En el preciso instante en que un bebé fija su mirada en nosotros, algo esencial comienza a construirse. Esa mirada, que a simple vista podría parecer involuntaria, es en realidad un acto cargado de sentido. No se trata solo de ver: se trata de ser visto, de ser reconocido. Es en ese encuentro, silencioso pero vibrante, donde empiezan a tejerse los hilos del vínculo.


A lo largo de nuestra trayectoria —una desde la psicopedagogía clínica, otra desde la educación inicial— hemos sido testigos de cómo esa primera conexión visual marca el tono de la relación con el mundo. La mirada de los adultos que cuidan no sólo contiene, también habilita, acompaña, organiza. Por eso decimos que mirar es pensar con el cuerpo.


Mirar es reconocer un otro como sujeto

Cuando decimos “miradas que son pensamientos”, estamos diciendo también que el modo en que miramos define cómo concebimos al niño o la niña. Mirar con respeto implica asumir que ese ser, aunque pequeño, es competente, sensible, con emociones y deseos propios. Implica dejar atrás modelos de crianza que cosifican, que moldean, que domestican.


La mirada es, entonces, un posicionamiento ético. Es una forma de estar presentes, de disponernos a recibir lo que el otro trae. Y desde esa disposición, es posible construir una crianza que no imponga, sino que acompañe. Que no intervenga de forma invasiva, sino que sostenga y aliente la autonomía.


El cuidado como entramado de afectos

Muchas veces se habla del cuidado como una tarea, como una obligación. Nosotras preferimos pensar el cuidado como un entramado amoroso donde convergen la ternura, la escucha, la presencia y la empatía. Cuidar no es solo garantizar el bienestar físico. Es también —y sobre todo— ofrecer un territorio seguro desde donde el niño o niña pueda explorar, frustrarse, volver, descubrir, crecer.


En ese espacio de cuidado, la mirada cumple una función constitutiva. El niño se reconoce en los ojos que lo miran. Si esos ojos lo validan, lo alojan, lo celebran, podrá reconocerse a sí mismo como alguien valioso. Si, en cambio, la mirada es juzgadora, ansiosa o ausente, su construcción de sí se verá teñida por esa carencia.


Neurociencias y subjetividad: dos lenguajes que se encuentran

Sabemos que la ciencia ha avanzado mucho en la comprensión de los procesos del desarrollo infantil. La neurociencia nos enseña que los primeros años de vida son fundamentales en la conformación de la estructura cerebral. Pero también sabemos —y sentimos— que hay algo en el lazo afectivo que no se puede reducir a lo biológico.


Por eso proponemos una mirada que integre ambas dimensiones. Que comprenda la plasticidad neuronal y a la vez entienda que lo que queda grabado en la memoria no es solo lo que se aprende, sino cómo se es amado. Que valore los límites como organizadores psíquicos, y a la vez sepa que sólo tienen sentido cuando son puestos desde el amor, no desde la amenaza.


La ternura no es debilidad

Nos preocupa que en algunas corrientes actuales se interprete la ternura como fragilidad. Para nosotras, la ternura es una forma potente de resistencia. En un mundo que corre, que exige, que normaliza el maltrato, sostener una mirada amorosa es un acto profundamente político.


La ternura no niega los conflictos. No los evita. La ternura acompaña, escucha, nombra, se detiene. La ternura se manifiesta en un “no” firme pero sereno. En un “sí” que habilita sin imponer. En un abrazo que no invade. En un juego compartido sin expectativas de rendimiento. La ternura construye humanidad.


El juego: territorio de libertad y aprendizaje

Otro eje central en nuestra propuesta es el valor del juego como lenguaje propio de la infancia. Jugar no es un pasatiempo. Es la forma en que los niños y niñas procesan el mundo, exploran, simbolizan, construyen hipótesis, prueban. Jugar es crear. Es equivocarse sin temor. Es habitar un tiempo y un espacio con reglas propias.


Los adultos debemos aprender a no interrumpir ese juego. A observar sin invadir. A ofrecer materiales que despierten curiosidad y ambientes que habiliten. A confiar en que el aprendizaje profundo nace de la experiencia, no de la instrucción.


El tiempo como gesto de amor

Uno de los desafíos actuales de la crianza es el tiempo. Vivimos corriendo, intentando cumplir con mil tareas. Pero el desarrollo emocional de los niños no entiende de agendas. Necesita pausas, rituales, repeticiones. Necesita adultos disponibles, no perfectos.


Por eso insistimos en la importancia de crear momentos significativos: leer un cuento sin apuro, armar una torre con cubos, compartir una comida sin pantallas. Esos momentos, aunque breves, construyen sentido. Son los que el niño o niña recordará. Son los que dejan huella.


Ser mirado para poder mirar el mundo

Cada niño o niña necesita ser sostenido por una mirada que le devuelva su singularidad. Que no lo compare, que no lo acelere, que no lo condicione. Una mirada que diga “te veo” y no “te proyecto”.


Esa mirada será el espejo donde aprenda a reconocerse. Será el punto de partida desde el cual podrá construir vínculos sanos, confiar en otros, atreverse a descubrir. Cuando decimos que mirar es pensar, decimos que mirar es también construir el mundo interior de otro.


Conclusión

Criar es una tarea inmensa, desafiante y profundamente humana. No hay fórmulas ni caminos únicos, pero sí hay principios que nos pueden guiar: respeto, ternura, escucha, tiempo. En todos ellos, la mirada es clave. Mirar no es solo ver: es habilitar, sostener, celebrar, contener. Es dejar que el otro se despliegue desde su ser más auténtico. Y es, también, permitirnos a nosotros mismos transformarnos en el proceso. Porque en el arte de criar, no sólo crecen los niños. También crecen —y se humanizan— los adultos que se animan a mirar con amor.

Bibliografía de referencia

Rillo de Moyano, M., & Rillo, M. C. (próxima publicación). Miradas que son pensamientos [eBook]. Bdge.

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