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El contexto emocional en el aprendizaje

  • Foto del escritor: Néstor Braidot
    Néstor Braidot
  • hace 5 días
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: hace 3 días

Néstor Braidot


Resumen

Las emociones no son un simple acompañamiento del pensamiento: son parte constitutiva de él. Este artículo explora cómo las emociones moldean el aprendizaje, qué mecanismos cerebrales están involucrados, y qué herramientas podemos usar para regular nuestras emociones y potenciar el bienestar, la memoria y la toma de decisiones.


Desarrollo

Aprender con emoción

Desde la neuroeducación, se sostiene que no basta con transmitir contenidos; es necesario convertir la enseñanza en una experiencia placentera, vivencial y emocionalmente significativa. Aprendemos mejor aquello que nos moviliza, que nos afecta, que nos deja una "marca emocional". Francisco Mora lo resume con precisión: “Solo se aprende aquello que se ama”.


Esa marca puede provenir tanto de una emoción negativa (como el miedo a un accidente) como de una positiva (como la alegría de descubrir algo nuevo). La clave está en la intensidad emocional del estímulo: cuanto más fuerte, mayor es el refuerzo sináptico, es decir, más firmemente se graba el recuerdo. En consecuencia, la neuroeducación y la neurocapacitación buscan generar entornos que activen emociones positivas para consolidar aprendizajes duraderos y fomentar la motivación.


El cerebro emocional

Lejos de la antigua idea de que el corazón es el asiento de las emociones, hoy sabemos que éstas residen en el cerebro. Una investigación de la Universidad Carnegie Mellon logró identificar patrones neuronales específicos asociados a sentimientos como la alegría o la tristeza. Utilizando imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI), se pudo observar cómo distintas emociones activan circuitos neuronales diferentes pero consistentes entre personas, lo que demuestra que existe una codificación común de las emociones en el cerebro humano.


Uno de los descubrimientos más reveladores fue que estas emociones no se localizan en una única región cerebral, sino que activan una red que incluye el sistema límbico (donde se encuentran la amígdala y el hipotálamo) y áreas de la corteza prefrontal. La amígdala, en particular, juega un rol fundamental: recibe señales sensoriales desde el tálamo y puede generar respuestas antes de que intervenga la corteza cerebral. Esto permite que el cerebro reaccione de manera casi automática ante un peligro, antes incluso de que tomemos conciencia del mismo.


Joseph LeDoux distinguió entre dos vías neuronales: la rápida, que va del tálamo a la amígdala, y la lenta, que va del tálamo a la corteza. La vía rápida es instintiva; la lenta es reflexiva. Así, en situaciones de peligro, primero sentimos miedo (vía rápida) y luego comprendemos la causa (vía lenta). Esta reacción rápida es esencial para la supervivencia, pero también puede jugar en contra en contextos donde se necesita control emocional, como el aula o el ámbito laboral.


Autoliderazgo emocional: comprender para regular

Las emociones, al generar cambios fisiológicos (palpitaciones, temblores, sudoración), dejan una huella corporal que se asocia al recuerdo del hecho. Antonio Damasio llamó a esto “marcadores somáticos”: patrones que se activan automáticamente en experiencias futuras similares, afectando la toma de decisiones. Así, muchas de nuestras elecciones cotidianas están influidas por emociones pasadas, aun sin que seamos conscientes de ello.


Cuando no existe autoliderazgo emocional, es decir, cuando no somos capaces de reconocer y dirigir nuestras emociones, estas pueden bloquear la corteza prefrontal, interfiriendo en las funciones ejecutivas: atención, memoria de trabajo, razonamiento y planificación. Por eso, las emociones no gestionadas nos hacen menos productivos, más reactivos y vulnerables al estrés.


En situaciones cotidianas, desde un atasco de tránsito hasta una discusión en el trabajo, las respuestas emocionales no conscientes pueden llevarnos a actuar de forma desmedida. Esta falta de regulación no solo deteriora el rendimiento y las relaciones personales, sino que puede tener consecuencias físicas: problemas digestivos, caída del cabello, e incluso enfermedades graves asociadas al estrés crónico.


Herramientas para regular: meditación, gimnasios cerebrales y ejercicio físico

Afortunadamente, existen técnicas eficaces para desarrollar el autoliderazgo emocional. Una de las más estudiadas es la meditación. Investigaciones en la Universidad de Wisconsin, con monjes budistas, demostraron que la práctica regular de meditación fortalece los circuitos neuronales de la atención, la empatía y el bienestar emocional. También se ha observado que reduce la densidad de materia gris en la amígdala, lo que disminuye la reactividad emocional al miedo y la ansiedad.


Otras prácticas, como las desarrolladas en los gimnasios cerebrales, utilizan ejercicios mentales para activar los circuitos asociados a emociones positivas, inhibiendo patrones nocivos como la ira o el odio. El objetivo no es reprimir las emociones, sino reconocerlas, aceptarlas y aprender a conducirlas.


A estas herramientas se suma la actividad física regular, que no solo mejora la salud general, sino también la memoria, la atención y el estado de ánimo. El ejercicio libera neurotransmisores como la dopamina, la serotonina y las endorfinas, que actúan como mensajeros químicos del bienestar.

La emoción como aliada del aprendizaje: claves para la educación

El aula no es un espacio neutral desde el punto de vista emocional: está cargada de tensiones, vínculos, expectativas y experiencias subjetivas. Entender esto desde la neurociencia implica aceptar que todo aprendizaje está atravesado por el estado emocional del alumno, y que no hay incorporación de conocimientos sin implicación afectiva.


El contexto emocional en el que se aprende determina la calidad y la durabilidad del aprendizaje. El cerebro humano es un órgano emocional que aprende mejor en ambientes que despiertan interés, seguridad y placer. Por el contrario, cuando se activan emociones como el miedo, la angustia o el rechazo, se bloquean funciones ejecutivas fundamentales para la comprensión, la retención y la resolución de problemas.


Desde esta perspectiva, la figura del docente no es solo transmisora de contenidos, sino modeladora de contextos emocionales. Esto implica promover un ambiente que active emociones positivas (curiosidad, alegría, sorpresa, entusiasmo) y minimizar aquellas que interfieren con el aprendizaje (ansiedad, frustración, vergüenza). No se trata de evitar los conflictos, sino de generar un clima de confianza que habilite el error como parte del proceso.


Además, las emociones también cumplen una función de codificación: los contenidos enseñados en un entorno emocionalmente significativo se graban con más fuerza. Así, una historia bien contada, una situación vivencial, un juego o una conexión afectiva con el docente puede transformar un concepto abstracto en una experiencia memorable.


Enseñar con emoción implica una transformación del rol docente: no basta con tener dominio de los contenidos, es necesario desarrollar habilidades de autoliderazgo emocional, reconocer los estados propios y ajenos, y usar la empatía como herramienta pedagógica. Esto es coherente con el desarrollo de la inteligencia emocional, que permite no solo gestionar emociones, sino también leer las del grupo, intervenir sin dañar vínculos y sostener climas que favorezcan la atención y la motivación.


En este sentido, la educación emocional no debe ser vista como un contenido aislado o un área específica, sino como una capa transversal a toda la experiencia escolar. Cada clase, cada vínculo, cada consigna es una oportunidad para entrenar las emociones, y con ellas, potenciar el aprendizaje profundo.

Conclusión

Las emociones no son un obstáculo para el aprendizaje, sino su motor más potente. Entender cómo funcionan, cómo impactan en el cerebro y cómo podemos liderarlas es clave para enseñar mejor, aprender más y vivir con mayor bienestar. La neurociencia nos ofrece hoy las herramientas para lograrlo. Pero el paso más importante sigue siendo humano: educar con emoción, desde la emoción, para formar personas más conscientes, equilibradas y libres.

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